Saturday, August 04, 2007

Enjoying los empujones

En el palacio donde vivo gira un huracán diminuto que me trae hormigas y polvo. No levanta dos palmos del suelo pero siempre tiene fuerza para girar de un modo compacto. Se choca con las paredes de canela amarga y ginger. Me dice que busca una salida. Cuando se acerca al marco de la puerta, yo la abro, colaborando sin ganas para que me deje en paz, pero él se queda mirando, girando sobre si mismo, mirando hacia fuera y con un ronrroneo mántrico. Me dice que no puede salir por ahí porque hay un océano de leche fría y venenosa, que no solo le mataría sino que además se resfriaría . Yo cierro la puerta y me digo a mí mismo : "Esta cosa es idiota. Todo el día buscando, queriendo, ansiando salir del palacio y luego nada". Lo insulto para que se me quite el miedo que me da cuando dice esas cosas.
Voy a mi cuarto y llamo por telefono. Empujo un par de veces a Morgar y le digo que se traiga unos haka noodles de esos que alimentan y sirven también de pelo para maniquís. Llega Morgar subido en una flecha pintada de verde y amarillo. Viene con los pelos aún más de puercoespín. Le da un aire de despistado que me tranquiliza más que nunca. Va a la nevera y pregunta por el huracán. "Está en la habitación, haciendo de tiovivo para los mosquitos". El no lo ve pero lo siente -un día ya le convencí de que estaba ahí. Con un salto desde la cocina aterriza como una flor de loto en el colchón de piel de pato. De la manga de su kurta saca dos daiquiris y me lee poesía. Yo me acuesto a su lado y trato de no empujarle ni con mis palabras ni con mi pensamiento. Dejo que el intente domar el huracán, como si fuese el padre Carras.
A los tres minutos me pongo de pie y le doy dos bofetadas sonoras. Me pongo a hacer el head stand y le digo : "Eres un cabrón, ¿dónde has estado todos estos años?". El, sin inmutarse, me dice : "Te has vuelto loco. ¿ De quién te crees que es el nido que tienes en tu hombro derecho? Llevo allí mucho, te he visto años llorar y reir". Me miro el hombro y efectivamente veo un nido con agua en donde nadan unos delhifines. Me sorprendo y le pido perdón : "Pensaba que eso era un i-pod, disculpa".
Morgar se levanta y transforma el salón en una plaza de un pueblo español de cemento empedrado. Hay charanga, gente y vino. Se pone a bailar su ser como un punjabi y me dice : "Cuando dejes de refugiarte en la última línea del libro que tu padre nunca te leyó, seguro que ese huracán nos levanta por los aires y nos da un paseo que nunca olvidaremos por la Jama Masjid y por los jardines de Lodhi".
Me levanto corriendo y voy a por mi kurta de cometer errores. Morgar me sube a hombros y me vuelve a dejar en el suelo. "Como pesas, cabrón. Anda súbete aquí". Veo un carro con ruedas de cds piratas y un paraguas rajasthani en el medio. Morgar coge una mechero viejo de esos que pesan un quintal, ésos que están en las mesas decorándolas, y nunca funcionan porque nadie encuentra el sitio por donde se recargan. Con él enciende una cerilla, con ella una vela, con ésta una lámpara de aceite y, finalmente, acerca la llama al incienso de jazmín. Empieza a oler a títulos crédito del comiezo de una película. Le doy un abrazo. "Huala, casi nos quemamos", dice él.
Nos paramos en Lajpat Nagar y llegamos a la conclusión de que el mundo es como un tandoori chicken, hay que agarrarlo por el pescuezo y comertelo con las manos, sin tener miedo a mancharte. "Los cuchillos solo sirven para recordarte que te puedes cortar, no sirven para nada que no sea bricolaje. Son como los tronos de tu palacio, quémalos ya joder", dice Morgar. Huala digo yo ahora. Vaya talibán. Pero sé que en el fondo tiene toda la razón.
Nos comemos una hoja de una de las secuoyas importadas que tiene Delhi, y cerramos los ojos. Sabe a pastel desnatado. Llega una preciosa luz blanca. "Enjoy, Luis , enjoy", me digo a mi mismo.